El sábado Claudia despertó descansada, había dormido bien y tenía esa sensación de plenitud y serenidad que se tiene al despertar junto a la persona que amas.
Suspiró y me abrazó mientras me susurraba palabras al oído que yo confundía en mis sueños, me acariciaba el pelo y me besaba el cuello con dulzura, lentamente.
Apretó su cara contra mi pelo, inspiró, como si quisiera retener mi aroma en un suspiro. Me volvió a acariciar la cabeza, mirándome fíjamente, y en silencio se deslizó entre las sábanas para salir de la cama sin que me diera cuenta, mientras yo seguía dormido.
En el comedor Vito, que mordisqueaba una de mis chanclas, se puso en guardia al ver a Claudia, la cabeza gacha en el suelo, la mirada simpática con su nuevo "juguete" en la boca y los cuartos traseros levantados, en disposición de salir corriendo con su
presa en cualquier momento. Tenía ganas de jugar y de salir a la calle.